Yo no confieso

Yo no confieso

21 de febrero del 2014

@gccristinita

El jurado le miraba fijamente, juzgando cada movimiento, cada mirada y cada gesto. El acusado actuaba tal y como le había dicho su abogado. Seguía todas sus órdenes. Habían preparado este momento muchas veces, planeado todo lo que tenía que hacer y decir; ahora era la ocasión de demostrarlo. Pero la presión hacía mella. Su abogado le miraba para transmitirle tranquilidad, pero claro, no era él quien se estaba jugando su libertad.

El juez llamó al acusado para declarar. Se levantó lentamente, para que le diera más tiempo a relajarse, como si lo fuera a conseguir. Mientras se acercaba al estrado miró de reojo a la parte acusadora. Sabía que era inocente, pero todos los de esa sala creían lo contrario. Simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. ¿A quién no le había pasado alguna vez? Pero con un cadáver de por medio, seguro que a muy pocos.

Había llegado la hora. Tenía que convencer al jurado y al juez de su inocencia. Le formularon las preguntas generales de la ley y respondió con seguridad. El fiscal se levantó para dar comienzo al interrogatorio.

- ¿Dónde estuvo usted la noche del sábado veinticuatro a las once?

- En la feria del pueblo.

- En el mismo lugar donde apareció el cuerpo sin vida de la víctima - el fiscal quería presionar al acusado. Pero eso ya lo había previsto. Estaba más que ensayado con su abogado - ¿La conocía?

- Esto es un pueblo. Nos conocemos todos.

- ¿Cómo explicaría sus huellas en el cuerpo de la víctima?

- Me la encontré tirada en el suelo. Intenté socorrerla - su abogado asentía para decirle, de alguna manera, que lo estaba haciendo bien.

- ¿Y en el arma homicida? - el fiscal preguntaba tranquilo. Sabía que tenía todas las de ganar.

- Vi el cuchillo y no podría explicar por qué lo cogí. Estaba nervioso - los murmullos en la sala comenzaban a aparecer.

- Nervioso. ¿Esa es su defensa?

- ¡Protesto! - intervino el abogado y el juez la aceptó.

- ¿Es verdad que mantenía una relación más que amistosa con la víctima?

- Ya le he dicho que aquí nos conocemos todos - el sudor resbalaba por su frente.

- El marido de la víctima no opina lo mismo. De hecho, afirma que mantenían una relación sentimental y varias personas confirman que la vieron en la feria con usted. Ella le prometió que dejaría a su marido y se iría con usted, pero esa noche le dijo que no, que esperaba un hijo y que no rompería su familia. Un motivo más que suficiente para acabar con su vida. No pudo encajar el golpe. Tenemos móvil y pruebas que lo incriminan, pues el arma está plagado de huellas suyas y no tiene coartada. Si a eso añadimos que huyó de la escena del crimen… En definitiva, un crimen pasional.

El acusado miraba a su abogado quien negaba con la cabeza una y otra vez. Sabía que no tenía que reconocerlo, no podía admitir que tenía una relación con ella. Pero no era justo. Él no la había matado. Fue a llamar por teléfono y se la encontró muerta. Claro que trató de ayudarla y volvería a hacerlo. Huyó asustado, temiendo que lo inculparan, sin saber que eso era lo peor que podía haber hecho.

Los miembros del jurado cuchicheaban entre ellos, prácticamente convencidos del veredicto.

- ¿Y su anillo? - dijo el acusado con apenas un hilo de voz. Su abogado lo miraba atónito. No sabía qué estaba haciendo - Si había decidido quedarse con su marido ¿Por qué no llevaba el anillo cuando encontré el cadáver? Ella nunca se lo quitaba… Ni aun estando conmigo.

Esas declaraciones causaron revuelo en la sala. Los murmullos crecieron considerablemente hasta el punto de que el juez tuvo que mandar silencio. El jurado no entendía nada de esta tórrida historia y se acercaba el momento en que tenían que marcharse a deliberar.


- No tengo más preguntas - dijo el fiscal haciendo caso omiso a las últimas palabras del acusado, quien le gritaba desde el estrado que era inocente.

El acusado volvió con su abogado que lo miraba con frialdad. No era eso en lo que habían quedado. No podía admitir que tenía una relación con ella. Esa no era la defensa. Querían un móvil y se lo había puesto en bandeja. El jurado no tardaría en deliberar y era obvio cuál sería su veredicto.

Cuando los miembros del jurado volvieron a entrar, le entregaron el acta al juez para que procediera a su lectura. El acusado tenía las manos heladas. Apenas podía respirar. Esperaba un milagro, pero la realidad le dio un mazazo del que no se recuperaría nunca. “Se declara al acusado culpable del delito de asesinato…” Dejó de oírle desde que escuchó que era culpable. El juez continuaba con la lectura del veredicto, estableciendo la pena que le correspondía.

Cuando se dio por finalizada la sesión, los cuerpos de seguridad se acercaron al acusado para proceder a su detención. Sin embargo, el abogado les pidió que le dejara un minuto para hablar con él.

- No me hiciste caso. ¿Por qué?

- Porque no son más que mentiras. ¿No podemos recurrir? Sabes que no fui yo - dijo el acusado esperando la compasión de quien había estado a su lado.

- No forma parte de mi trabajo creerte. Lo siento. La verdad, no sé si has sido tú o no, pero ahora habrá una sentencia que dirá que sí. Así que ante la ley, eres culpable y por tanto, para mí también.

No supo reaccionar de otra manera y le dio un puñetazo en la cara, tambaleando a su leal defensor. La policía entró y se llevó al acusado, ahora reo de asesinato.

El marido de la víctima no apartaba la mirada del declarado asesino de su esposa, mientras acariciaba con sus dedos un anillo de oro que aún estaba manchado de sangre. Una mancha que no podría quitar en toda su vida.

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