Sociedad XX

Sociedad XX

30 de enero del 2014

@ManuelMairal

Siempre se hace la afirmación de conocer verdaderamente muy poco del mundo que nos
rodea. Quizás fue eso lo que me empujó a hacerme científico. Desde niño, he sentido pasión por los misterios y por los hallazgos sin resolver. Los enigmas de las pirámides, el monstruo del lago Ness, el triángulo de las bermudas… inquietudes que variaban y se maquillaban con el paso de los años, pero siempre el anhelo científico de conocer, de dar respuesta a lo que nos rodea, ha crecido en mi interior con el paso de los años. Por ello, a mis padres no les extrañó nada que quisiera dedicarme en cuerpo y alma a la ciencia, y que quisiera embarcarme en aquel emocionante proyecto de la Universidad Complutense de Madrid, por mucho que pudiera suponer algún tipo de riesgo.

¿Cómo no emocionarme? Una nueva tribu humana, completamente desconocida, descubierta en el corazón de la más oscura región del Congo… Una tribu que no ha tenido problemas en contactar con nosotros y mostrarnos su cultura.

Pero ¡era tan poco lo que sabíamos de ellos! Tan nimio, tan vacuo… Era necesario convivir con sus miembros, como uno más, para impregnarnos de su cultura y redactar un informe científico que reflejara sus costumbres con todo lujo de detalles.

-No seas loco, Andrés -me decía mi madre, acongojada ante la idea de realizar tal pericia-. ¿Viajar a la selva del Congo? ¿Sabes la de animales salvajes y enfermedades que puedes encontrar allí?

¿Cómo no preocuparse? Es mi madre, es su obligación. Pero ésta era mi vida, y necesitaba darle forma según mis propios designios, por lo que me inscribí sin dudarlo en el proyecto. El idoma no sería problema. La lengua de la tribu Pentesilemba, que así respondía su nombre, era parecido al Zulú, que ya dominaba con regularidad debido a un curso de verano realizado con anterioridad, y con ayuda de uno de los primeros científicos que estudió a la tribu Pentesilemba, llegué a hablar con soltura su lengua antes de subirme al avión que me llevaría al Congo.

Cuando mi instructor, Sonia (la otra estudiante que se había involucrado en el proyecto) y yo, nos acercamos a su región, lo primero que me llamó la atención de la comitiva que nos recibió fue que estaba formada por mujeres en su totalidad. Ni un solo hombre. La líder de la tribu, nos recibió con cortesía, dirigiéndose a Sonia como si fuera la adalid del grupo, cosa que no dejó de sorprendernos.

La noche cayó rápido sobre nosotros mientras nos dirigíamos a su aldea, por lo que no pudimos apreciar sus costumbres aquella noche. A la mañana siguiente, la líder de la tribu, a la par que Gran Sacerdotisa, nos comunicó que presenciaríamos un ritual de caza propio de la tribu Pentesilemba, por lo que no pudimos observar la vida en el poblado una vez más. Lo que no se me escapó fue que, al igual que con la comitiva de bienvenida, la partida de caza estaba formada sólo por mujeres. Pude percatarme de los musculosos que eran sus brazos y piernas y de que sus tórax lucían fuertes y aguerridos, en algunas ocasiones con cicatrices de guerra. Durante aquella jornada, apenas se dirigieron a nosotros y, cuando lo hacían siempre era a través de Sonia. Fui consciente de que muchas de aquellas mujeres nos miraban a mi mentor y a mí con desdén, con desprecio incluso. Sólo la Gran Sacerdotisa tenía a bien dirigirnos la palabra, refiriéndose a nosotros siempre con el título de “Umama”, título honorífico de su tribu para dirigirse a alguien de honor, lo cuál indicaba el grado de respeto que tenía aquella tribu por los extranjeros. Aunque es necesario indicar que “Umama” significa “madre” en su lengua.

Cuando volvimos al poblado tras la caza, por fin pude ver a muchos hombres. Y he aquí lo verdaderamente sorprendente del informe científico; los hombres eran escuálidos, flácidos y enclenques. Se les veía cuidando de los niños, preparando los banquetes, limpiando las chozas etc.

Me acerqué a la Gran Sacerdotisa y le hice saber mis sorpresa ante aquél espectáculo.

-¿De qué se sorprende Umama? -fue su respuesta-. Así ha sido desde siempre, desde el principio de los tiempos.

-¿No participan los hombres en las partidas de caza ni en los rituales religiosos?

-No. Nunca ha sido así. Los hombres son enclenques y débiles. No tienen una anatomía propicia para realizar tareas más serias.

-Pero sí podrían participar en el consejo de sabios de la tribu. ¿No tienen, acaso, cualidades intelectivas que les permita llevar a cabo actividades de otro calibre?

-No. Umama es diferente, es sabio e inteligente, pero los hombres de nuestra tribu son inferiores a nosotros y deben de ser relegados a las tareas para las que sirven al orden social.

-Pero ¿cuál es la base de dicha distinción?

-Las mujeres somos las que damos la vida. Las que parimos, las que amamantamos. Eso nos hace estar por encima del orden social. Así ha sido siempre y así ha de ser, aquí y en todos los rincones del mundo. ¿De qué se sorprende Umama? ¿Acaso no es así en su país?

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