Ithemba

Ithemba

27 de enero del 2014

@gccristinita

Era el centro de todas las miradas. El punto al que, maravillados, observaban. Atentos, escuchaban todas y cada una de las palabras. No se perdían un solo movimiento. El silencio reinaba mientras hablaba. Y el asombro se fue apoderando de ellos, cruzándose miradas de perplejidad.

Situado en medio de la choza, el viejo Mikel narraba historias fascinantes, la mayoría de ellas inventadas, y otras, hechos de su vida, lo que producía aún mayor interés entre los pequeños. Mikel se había convertido en el padre de muchos de ellos, aquella persona en la que confiar y que sabían que nunca, por muy duras que fueran las circunstancias, les fallaría.

Llevaba más de tres años con ellos. Todo empezó con un proyecto en una ONG y acabó siendo su forma de vida, lo que sabía hacer. La única manera que tenía de ser feliz. Había enseñado a muchos a leer y escribir,a pesar de las largas jornadas de trabajo que la mayoría tenían . Pero siempre había tiempo para Mikel. De hecho, era su mejor momento, lo más ansiado del día. Con él viajaban a través de los cuentos a otros mundos, reían con las bromas que hacía y soñaban con una vida mejor y aunque fuera por un instante, se olvidaban de la tierra en la que hundían sus pies descalzos y del hambre que a todas horas acechaba.

- Cuéntanos más de tu país. ¿qué hacen los niños allí? - preguntó esforzándose por conseguir un perfecto español y seguido por las alentanciones de los demás.

- Es tarde, tendríamos que estar volviendo.

- Mikel, dices que hay forma de hablar con ellos. ¿Cómo? - Las preguntas no acababan nunca.

- Internet. Ya lo explicó - respondió uno al fondo.

Mikel lo miró. Se trataba de su alumno favorito: Ziyad. Aunque lo mantenía en secreto, pues todos era especiales. Pero Ziyad más. Había aprendido mucho de él. Probablemente fuese de las personas más fuertes que había conocido en su vida. Había perdido a dos de sus hermanos y a su padre. Con tan sólo 10 años, era el cabeza de familia y asumía su papel, sin quejarse o al menos, nunca le había visto hacerlo. Pero en el fondo no dejaba de ser un niño. Como todos: niños a los que se les tiene prohibido serlo.

- Todo el mundo está conectado. Ya os lo dije. Lo que ocurra aquí, se sabe en todos los países.

- Y si saben todo... ¿Por qué no me mandan otra muñeca? - dijo una niña mostrando su juguete roto y provocando la risa de los demás.

Mikel no pudo evitar sonreír. No le faltaba razón a la pequeña. Se detuvo un momento antes de responder y los observó uno a uno, quienes, esperando una respuesta, no le quitaban el ojo de encima. Todos sentados a su alrededor, rodeandolo. Algunos cuchicheaban, otros solamente le miraban. Había dado clase a muchos niños desde que estaba allí. Sin embargo, sus despedidas eran bastante distintas a la del resto de profesores, que, orgullosos ven cómo su alumno emprende su futuro. Aquí no tenían futuro. Enemigos como la malaria, las neumonías, la sarampión y desnutrición se encargan de ello.

Un niño de unos dos años, escapó de los brazos de su hermana y fue hacia Mikel, quien no dudó en cogerlo.

- No todas las personas pueden…

- ¿Y si le envías un mensaje de nuestra parte?

- ¿Qué querríais decirles? - dijo, mientras aupaba al pequeño.

Empezaron a hablar todos a la vez. No se entendía nada. La idea de pensar que podían comunicarse con los que enviaban los juguetes rotos o que ya dejaban de gustar, la ropa más que usada o pasada de moda y en ocasiones, lotes de comida, les resultaba emocionante.

- Pero a lo mejor no nos responden.

- ¿Pero nos leen? ¿Son conscientes de nuestra situación? - interrumpió Ziyad

- Sí, eso seguro...

- Entonces merece la pena. Puede haber cambio para nosotros - Ziyad se levantó y los demás volvieron la mirada - Ithemba

Los niños murmuraban y repetían la misma palabra que Ziyad dijo: “Ithemba”

- ¿A qué te refieres? - Mikel se agachó para dejar en el suelo al pequeño niño de barriga hinchada.

- Mientras haya alguien en el otro lado... Hay esperanza - dijo Ziyad sonriendo - “Kukhona Ithemba” - repitió en zulú.

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